Hace poco tuve una interesante pero inusual charla con un amigo librero que me dijo: “Sabes, he tenido la oportunidad de recibir y hablar con muchas personas que se acercan a nuestra librería y de distintas denominaciones cristianas. Todas tienen algo en común: cada una afirma tener la verdad”. Bueno, esto sería positivo si cada una de las denominaciones que existen, estuvieran centradas en el Evangelio. No obstante, la premisa de que alguna iglesia o denominación tiene “la verdad” con un carácter exclusivo, tiene un problema de fondo.
¿Cuál es la verdad?
Cuando Jesús es capturado para ser juzgado, llega a la instancia de ser entrevistado por el procurador romano de entonces, Poncio Pilato. Se dio una conversación en donde Jesús responde: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz”. A lo que Pilato contestó: “¿Qué es la verdad?” (Juan 18:37, 38).
Esta quizá es una de las preguntas trascendentales más planteadas por el ser humano, y así como es la más realizada, es la más contestada, de distintas formas y fuentes. En el mundo posmoderno en el que nos encontramos, todas las respuestas son válidas y “la verdad” ya no es la verdad, sino “una verdad”. ¿Cuál es la principal razón por la que hay tanta variedad de “verdades”? Porque cada hombre y mujer tiende a abrazar la cosmovisión de la existencia que más le agrade poniendo en riesgo la exclusividad de una única verdad.
Si una pareja de novios desea tener relaciones sexuales antes de casarse, rechazará todo aquello que condena su unión. Si una mujer desea involucrarse con un hombre casado, no validará un mensaje que desapruebe su intención. Si un grupo de personas ve comprometida su ideología, no tendrá porqué siquiera considerar afirmaciones que atenten contra su pensamiento. Aún esta actitud puede observarse en los círculos cristianos, de otra manera, no habría tantas denominaciones. La variedad de filosofías cristianas es una manera de mostrar que el hombre compromete la verdad de Dios, ya que, por el afán de tratar de que Dios se “adapte” a todas las formas de pensamiento, entonces las presuposiciones, las experiencias, los dogmas, las tradiciones, dominan sobre la verdad, haciéndola “una verdad”.
No estoy en contra de las denominaciones; estoy en contra de la actitud exclusivista que algunos grupos cristianos pretenden defender. ¿Cuál es la medida, el estándar de una denominación cristiana para afirmar con certeza que proclaman “la verdad”? Una respuesta inquietante surgió de la charla con mi amigo librero: “Una persona preeminente”. Lo que quiso decir es que hay muchos cristianos que descansan más en las enseñanzas de hombres y los ponen en una posición exclusiva, proponiéndolos como promotores de la única verdad. Dios ha dejado grandes hombres para enseñar Su Palabra; pero de ahí a decir que éste o aquel es el único que proclama la verdad, genera una polarización que la relativiza.
La verdad absoluta
Cuando se habla de “denominación”, se acoge a todos aquellos grupos que de alguna u otra forma tienen relación con la corriente protestante y se identifican como cristianos (Bautistas, reformados, presbiterianos, carismáticos, pentecostales, metodistas, entre otros). Cada denominación podría hacer historia de sus inicios y todas (o la mayoría) podrían encontrar su origen en las enseñanzas de Jesucristo. Él fue quien dio paso a que todo aquel que creyera en Él y siguiera Su llamado, fuera denominado “cristiano”. Fue Cristo quien dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida…” (Juan 14:6). Fue Él quien pidió al Padre que sus discípulos fueran santificados en la verdad, es decir, la Palabra de Dios (Juan 17:17). Fue Jesús quien afirmó: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que han de venir” (Juan 16:13). También dice del Espíritu Santo: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Juan 15:26).
En otras palabras, cada denominación que se identifica con el cristianismo tiene la tarea de señalar a Jesucristo y Su Palabra como la fuente de la verdad. Los maestros que enseñan la Biblia son tan sólo comunicadores de la intención original de Dios plasmada en Su Palabra y mensajeros que ponen en preeminencia a Jesucristo. Ciertamente podemos llegar a admirar a algún predicador o maestro de las Escrituras, pero este sentir no debe trascender a la idea de proponerlo como una figura preeminente y menos como proponente de la verdad exclusiva.
Las denominaciones e iglesias centradas en el Evangelio predican a Jesucristo y llevan a sus oyentes a que sea Jesús el único que tiene la verdad, de manera que sea reconocida Su magnificencia y sea Él el único digno de ser adorado y obedecido. La sabiduría excelsa de Dios plasmada en Su Palabra debe conducirnos con cautela hacia una interpretación acertada, permitiendo que sea el texto bíblico hablando, y no nosotros hablando por el texto.
Si algún grupo o comunidad cristiana afirma enfáticamente “tener toda la verdad”, ten cuidado, pues ésta es una actitud sectaria. Si alguna denominación cristiana señala a Jesucristo y Sus enseñanzas como la verdad, plasmada en las Sagradas Escrituras, es posible afirmar que allí está el Espíritu de verdad.
4 comentarios
Me gustaría recibir todos sus sus mensajes,
Hola Luz Mary, recibe un cordial saludo en Cristo. Estamos trabajando para que nuestras publicaciones lleguen vía correo electrónico. Por lo pronto, puedes acceder a ellas desde la página Web. Muchísimas gracias por escribir y esperamos poderte servir mejor. Gracia y paz.
Buenas tardes! Cual es la postura que tienen ustedes como iglesia, acerca de temas como: la predestinación, aplicación de Mateo 18 ( disciplina dentro de la congregación), guerra espiritual? Quedó pendiente a sus respuestas sería de gran ayuda!!
Hola Eliana, recibe un cordial saludo en Cristo. Muchísimas gracias por escribir. Por la Palabra de Dios entendemos que Él, siendo omnisciente y eterno, tiene destinado previamente a aquellos quienes hacen parte de Su pueblo (Efesios 1:3-14). Siendo Señor, tiene potestad sobre todo lo creado y proveyendo un plan de redención diseñado desde antes que el mundo fuese, sabe de antemano los designios de los hombres y conoce a Sus hijos (Juan 1:12, 13). Por Su sola voluntad, y comprendiendo que a Dios no le aplica el tiempo y el espacio (2 Pedro 3:8), tiene conocimiento previo como para prefijar el destino de los creyentes (Gálatas 1:15). De manera que, siendo Señor y Dios del plan de salvación, tiene el conocimiento pleno, de principio a fin del desarrollo de todos los acontecimientos que le competen para mostrar Su gloria. Ante la grandeza de la mente divina (Isaías 55:8, 9; Romanos 9:20-24), el hombre se ve enfrentado a un gran dilema intelectual, llevándolo a reconocer que Dios es soberano en la salvación (Romanos 9:9-18). Sin embargo, este argumento no es contrario a la clara evidencia bíblica de la responsabilidad humana de creer (Romanos 3:28), siendo conciliado en la mente de Dios quien es el Arquitecto de todo lo existente, en especial, de la gloria de la salvación.
Mateo 18:15-20 es la directriz básica dada por nuestro Señor para el ejercicio de la disciplina eclesial, el cual no requiere mayor interpretación. Son diferentes pasos que buscan el arrepentimiento y restauración del creyente. En primer lugar está la exhortación privada en donde un hermano exhorta al creyente en pecado para conducirlo al arrepentimiento. Si hay éxito, allí se termina la disciplina, quedando en privado el tema entre ellos. De lo contrario, si no hay arrepentimiento, dos o más testigos deben dar testimonio del pecado del hermano y de nuevo reconvenirlo para que se arrepienta. Si hay arrepentimiento, termina la disciplina con la restauración debida. Si persiste en no arrepentirse a la luz del Evangelio, la iglesia será la que persuada a este hermano al arrepentimiento. Si lo hay, termina la disciplina. Pero si no hay arrepentimiento a este nivel, entonces se considera la persona como un incrédulo (excomunión). Por el contexto del pasaje entendemos que los conceptos de «atar» y «desatar» se refieren a la capacidad dada por el Señor de ejercer autoridad sobre decisiones en la iglesia que repercuten en los cielos (por ejemplo, la disciplina). El Señor Jesucristo le ha dado las llaves del reino a la iglesia para que como embajada del reino, todo lo que haga en la tierra sea respaldado en los cielos (Mateo 16:18, 19; 18:18) La NTV [Nueva Traducción Viviente] lo traduce de la siguiente forma: «18 Les digo la verdad, todo lo que prohíban en la tierra será prohibido en el cielo, y todo lo que permitan en la tierra será permitido en el cielo.» Para mayor claridad del tema, puedes consultar los libros «La Membresía de la Iglesia» y «La Disciplina en la Iglesia» del ministerio de 9 Marcas y que encontrarás gratuitamente en http://es.9marks.org/libros/
La guerra espiritual es la batalla que libra en todo momento el creyente contra su naturaleza pecaminosa (Efesios 6:10-20). El hombre es sometido a tentación ya que desde la caída paso a ser un ser corrupto (Santiago 1:13-15) y Satanás como el tentador apela al deseo humano para ir en contra de los designios de Dios (Mateo 4:1-11). La batalla entre la carne y el Espíritu es una realidad constante, ya que el hombre está entregado a ir en contra del Espíritu (Romanos 8:7-10). Satanás como el tentador propicia los escenarios para que el ser humano, sujeto a su deseo pecaminoso, caiga. No obstante, el creyente es capacitado por el Espíritu para luchar legítimamente contra las asechanzas del enemigo (Santiago 4:7). Si bien hay una esfera espiritual que interactua con la escena material, la Biblia no sugiere que el creyente tenga que batallar contra Satanás en un duelo espiritual, ya que Cristo Jesús lo ha vencido con Su vida y con Su muerte (Génesis 3:15; Mateo 4:1-11; Colosenses 2:9-15). Aún las huestes angelicales dejan al criterio del Señor mismo la suerte de Satanás sin intervención humana (Judas 9). El sometimiento demoníaco descrito en los evangelios por parte de los discípulos de Cristo fue la capacidad dada por Él mismo como señal para confirmar el mensaje de salvación. De manera que, los exorcismos y liberaciones demoníacas no eran un fin en sí mismo, sino un medio de autoridad apostólica para la extensión del mensaje de redención (Marcos 16:17, 18; Hechos 3:1-26; 2 Corintios 13:12). Hoy en día Satanás actúa bajo la misma estrategia que lleva al hombre a la esclavitud del pecado (1 Juan 2:16). También lo hace como el príncipe de la potestad del aíre (Mateo 4:8, 9; Efesios 2:2) y el señor de este siglo (2 Corintios 4:3, 4), distrayendo al hombre con filosofías, religiones, paradigmas, temores, supersticiones, confusión y hasta manifestaciones milagrosas (2 Corintios 11:13, 14; Colosenses 2:8). Así que, la guerra espiritual radica más en combatir contra las pasiones carnales, armándonos de la Palabra de Dios, para poner la mira en Cristo y mantenernos al margen de la tentación (Hebreos 12:1-3), mientras esperamos la condena definitiva de la serpiente antigua por parte del Dios Todopoderoso (Apocalipsis 20:10) y la restauración de todas las cosas por el Rey de reyes y Señor de señores (Romanos 8:18-25).
Estamos gustosos en servirte Eliana y bienvenidas las inquietudes que tengas. Gracia y paz en Cristo.