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Señor, llévame más cerca del mundo

  • noviembre 22, 2019
  • Christian Rodríguez

Alejarse del mundo es la cosa más anticristiana que el cristiano puede hacer. Lo voy a llamar “emburbujarse”: utilizar toda clase de artificios superficiales y piezas de la cultura “reformada” para construir una barrera entre la luz del mundo y el mundo que necesita esa luz. Bien decía el Señor que una ciudad debe estar en un monte alto, donde todos la puedan ver y donde todos puedan disfrutar de su luz (Mateo 5:14). La imagen se queda corta sin el millón de ojos que deben alzar su cabeza para ser atraídos por lo que es bello y necesario; la fuerza de la imagen está en el camino largo y forzoso de subir hasta la ciudad y en la noche oscura y cruel que cubre todo excepto la corona del monte.

Vale aquí hablar de Camilo. Dijo con completa autoridad: “no voy a leer a Gabriel García Márquez. Su literatura es demasiado sexual y no me trae nada bueno. Mejor mantenerme puro; mejor dedicar mi tiempo a escuchar las predicaciones de Sugel Michelén”. ¿No nos dijo Santiago que la verdadera religión era guardarse sin mancha del mundo? Por eso mismo es mejor también apartarse del Metal, pues es música del demonio, y de los videojuegos, que no son más que un ataque mortal a la diligencia que deberíamos usar en practicar las disciplinas espirituales. ¡Netflix y Fox Sports, ambos son un obstáculo en el camino de la santidad! “Jamás probaré una cerveza” dijo Camilo, como si de arsénico se tratara.

Hay que tener cuidado con los mundanos. Siempre que se reúnen a hablar, el tema central es el sexo, y no el buen sexo del matrimonio, sino el sexo inmoral y pagano, donde el 53% de las palabras significan “coito”. Sus expresiones de doble sentido saturan la mente de Camilo de lujuria y hay que evitarlas. Se debe seguir de largo cada vez que hablen de diversidad de género y de política, ya que nunca dan lugar a una conversación sobria y racional (espiritual), sino que lo dejan en la opinión rápida, de cinco minutos en el tiempo de la empanada; mejor esquivarlos en general, pues dicen muchas groserías, y eso corrompe la mente santa de Camilo.

Pregunto yo: si Camilo no quiere escuchar Queen, ni quiere ver la Champions, ni quiere ver la Casa de Papel, ni quiere leer 100 Años de Soledad, ni quiere probar una Póker, ni quiere escuchar groserías o cosas obscenas (ósea, no quiere escuchar a los incrédulos), ni quiere jugar Fortnite, ni quiere hablar de política, diversidad de género o de feminismo, ¿cómo piensa allegarse a los que necesitan ver la luz de Cristo? Pero Camilo es astuto: habla de ingeniería mecatrónica y de robótica en su laboratorio con sus compañeros. Todas las ciencias vienen de Dios, por lo que son santas, y así es que se va a acercar a ellos para predicar el Evangelio. ¡Ridículo! Por eso hablan de los cristianos como gente superficial.

Una pequeña parte de los creyentes tiene una gracia extraña y divina venida del Espíritu; un poder admirable y raro que sobrepasa el entendimiento humano. Es este: la facilidad de hablar el Evangelio. Hay una raza extraña de personas a las que les toma 5 minutos de conversación, comenzar a hablar de la justificación como aquello que sí puede hacer lo que la Ley no. Pero ese grupo de personas es tema de otro artículo, porque ni yo ni tú, mi querido(a) lector(a), somos parte de él.

Por eso es clave volver al plan de Dios para nosotros. Cuando Jesús oraba, deseoso de estar con Su pueblo en las moradas eternas, no le dijo al Padre que nos sacara del mundo, sino que nos guardara del maligno. Necesitábamos esa protección porque íbamos a estar metidos de cabeza en el mundo. Nuestro día a día iba a ser estar con los incrédulos, rodeados de cuanta maldad y pecado se nos puedan pasar por la cabeza, brillando en medio de la oscuridad.

¡Qué poderosa es esa imagen de la ciudad! ¿Quién de nosotros puede decir que brilla con la autoridad que opaca los cielos y avergüenza todos los senderos, para dirigir a los viajeros a la montaña? No lo sé, pero sí sé quién NO PUEDE decir eso: aquella persona que ha decidido apartarse de todo lo que es aparentemente trivial y terrenal; aquella que en nombre de la pureza ha decido tocar solo lo que es santo, creyéndose un levita en nuestro tiempo; aquella que, en últimas, se ha “emburbujado”. Y digo que aquella persona no es luz porque ha creado un muro tan alto como el cielo y ha escondido la verdad del Evangelio con sus límites de limpieza espiritual.

Esa ciudad, brillante con la luz del Evangelio, no está en la superficie, sino en lo más profundo de una persona. No hay nada que por fuera pueda demostrar que somos lo que somos. Hay muchos que, como nosotros, no dicen mentiras ni groserías. ¿Los hace eso santos? Imaginemos a aquél que por fuera se muestra amable y colaborador, lleno de carisma en su trabajo y absoluta disposición para ayudar a los otros. ¿Es este un cristiano necesariamente? Y sobre todo pensemos en el puro en su moralidad, que vive y existe para ir a su trabajo y volver con la papa en la mano, listo para alimentar a su familia, siempre cuidándose de los malos ambientes. ¿Ha probado la gracia y el perdón?

Por eso es imposible evangelizar sin dejar que los incrédulos entren hasta lo más profundo de nosotros. Que atraviesen esas capas de buena moral (obviamente tiene que haber buena moral si nos hacemos llamar hijos del Reino) y lleguen hasta nuestros corazones. Que nos vean fallar y pedir perdón a la gente y a Dios. Que vean en nosotros seres humanos de carne y hueso, dispuestos a echar mano de todo lo que hay a nuestro alcance para enseñarles la verdad de Cristo. Que tengan que abrazarnos porque somos sus verdaderos amigos, pues hemos llorado con ellos y hemos compartido las cosas más sencillas de la vida. Una pizza. Un café. Un campeonato de fútbol. Un buen regalo de cumpleaños, empacado con el amor que les tenemos porque, así como nosotros lo estuvimos una vez, ellos van camino a la perdición.

Así, mi oración por nosotros es esta: Señor, llévanos más cerca del mundo. Solo cuando estén suficientemente cerca de nosotros es que verán la ciudad brillante, llena de la gracia del Evangelio. Ahí entenderán, entonces, lo que significa “cree en Cristo. Solo la cruz puede salvarte de la manera que lo hizo conmigo, que como ya sabes, soy terriblemente imperfecto”. Es gracioso pensar en que hay personas que creen poder evangelizar solo con su testimonio. Testimonio viene de “testificar”, y “testificar” significa afirmar o dar prueba de algo. ¿De qué queremos dar prueba, sino del hecho de que somos tan pecadores que necesitamos salvación en la sangre del Cordero? Nadie va a escapar del infierno viéndonos hacer cosas buenas. La gente se salvará al escuchar, con palabras sacadas de la boca, que Cristo salvó al amigo o amiga que ahora conocen tan íntimamente.

Hacer eso solo tiene un costo. Para que ellos estén suficientemente cerca de nosotros, es necesario que nosotros estemos increíblemente cerca de ellos y de su pecado. Así como Cristo, tendremos que comer con prostitutas (que estoy seguro hablaban de cuanta porquería podamos imaginar). Pero la noche en que fue entregado, Cristo pidió al Padre que fuésemos guardados del maligno. Es en el inmenso poder del Salvador que podemos saltar al vacío, meternos de cabeza en el mundo de los incrédulos y rescatar a aquellos que están perdidos.

No conozco otra forma de evangelizar. Señor, llévame más cerca del mundo.

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Christian Rodríguez

Christian sirve como pastor en la Iglesia Bautista Renacer en Bogotá, Colombia, junto a su esposa Carolina. Es Ingeniero Electrónico de profesión, pero desde el 2014 es pastor de vocación y ahora adelanta estudios de Maestría en Divinidad en el Seminario Teológico Bautista del Sur.

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