Es común que hoy se abrace el humanismo como una forma de evitar la aniquilación del hombre. Los derechos humanos se usan como un medio para contrarrestar el potencial de maldad que hay en todos nosotros. Aun así, día tras día, vez tras vez, el hombre parece encaminarse hacia la autodestrucción. Si hacemos un recorrido por la historia de la humanidad, el desarrollo tecnológico en el campo de las armas es evidente. Los pueblos, los reinos y las naciones durante siglos se han preocupado por atender con ansiedad sus demandas en fuerza y poderío militar, en especial a nivel de artefactos de ataque y defensa. Si retrocedemos un buen tiempo atrás, las armas no eran muy sofisticadas y el alcance de destrucción era mínimo. Pero hoy, la idea de un arma de destrucción masiva está en boca de todos.
De esta manera, el hombre busca protección contra todo tipo de ataques y a su vez atacar al mismo hombre; seres humanos contra seres humanos luchando entre sí y destruyéndose sin límite alguno. Aquí es donde muchos podrían afirmar que se mantienen al margen de tal dinámica destructiva. Multitudes podrían afirmar que no participan ni participarían en tales acciones, que lo que hacen es propiciar la muerte de otros; no hay duda de que el asesinato de un ser humano puede traer un impacto notorio en la sociedad. Para algunos matar es un deporte; para otros, es inconcebible. Para algunos asesinar hace parte de su vida diaria; para otros, no les pasaría semejante hecho por la mente.
Sin embargo, a la luz de las Sagradas Escrituras, hoy estamos observando un fenómeno que trasciende a lo físico. Quizá la muerte física de una persona no es una experiencia diaria para muchos, pero un importante porcentaje de la humanidad hace parte de la mayor y más letal arma que jamás hayamos imaginado: las redes sociales. Pensar en asesinar a una persona podría ser toda una locura para muchos, pero matar con el potencial destructivo de un pensamiento plasmado en internet es común para la mayoría. Al observar las redes sociales podemos ver un genocidio catastrófico que revela a una humanidad a la que no le basta con asesinar físicamente a su próximo, sino que al mismo tiempo desea matar aún con las palabras.
El Señor Jesucristo enseñaba a sus discípulos en el bien conocido Sermón del Monte lo siguiente: “21Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. 22Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. 23Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. 25Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. 26De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.” (Mateo 5:21-26).
La idea de asesinar a alguien es lejana para muchos, pero cuando se trata de las palabras, es seguro que lo haremos. Los juicios y acusaciones que señalan a alguien son una manifiesta intención del corazón de todos los seres humanos, y allí es hacia donde está apuntando el Señor Jesús. No nos atreveríamos a quitarle la vida a alguien, pero sí queremos aniquilarlo verbalmente, y las redes sociales son un agente facilitador para hacerlo. Quizá nadie pensó que las redes sociales llegaran a tener tal alcance y dominio entre los hombres. Tal vez se pensó en las redes como un medio de comunicación efectiva por donde circularan opiniones favorables y gratas; pero lo que vemos hoy es todo lo contrario: las opiniones constructivas se están viendo notablemente opacadas por una ola de críticas malignas y mortíferas que revela el perverso corazón humano. De hecho, hay muchos que podrían resistirse a compartir una opinión negativa cara a cara con su adversario; pero las redes sociales abrieron toda una ventana de posibilidades en donde la libertad para la crítica destructiva no tiene límites. Estamos lejos de cumplir los mandamientos de Dios, y, en este caso en particular, el mandamiento “No matarás”.
¿Por qué tal Potencial de Destrucción?
Hay dos textos de la Palabra de Dios que nos pueden ayudar a contestar concretamente este interrogante:
- “9Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
- “5Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! 6Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” (Santiago 3:5, 6).
Por más que quiera abrazar una expectativa de paz, el ser humano siempre tendrá su corazón ardiendo por satisfacerse a sí mismo, sin importar lo que suceda a su alrededor. Eso es precisamente lo que se observa en las redes sociales: una satisfacción egoísta en donde se desea tener la razón, apuntando al aniquilamiento del otro. Aún en distintos círculos en las redes que, se supone acogen una causa común, se autodestruyen porque las opiniones vienen y van sin que haya acuerdo alguno. El bombardeo de información es abrumador, pero a su vez, ofensivo y letal. Nuestro corazón no puede permanecer en pie ante el nivel de agresiones que provienen de todo lado.
Una herramienta tecnológica benéfica la hemos convertido en una extraordinaria arma de destrucción masiva. Ciertamente somos muchos los que podríamos temer al ver un arma física en acción; lejos está de nuestra imaginación que caiga sobre nosotros una bomba atómica que no deje nada a su paso en un buen radio de distancia. Lo que hace un arma de destrucción masiva puede dejarnos perplejos. Pero lo increíble es que tenemos alcance a un arma asombrosa a solo un clic. Nuestra perversa naturaleza está propiciando toda una cadena de destrucción, siendo participes de un arma letal que deja ver notablemente sus efectos.
Es realmente impresionante la cantidad de ataques que circulan en las redes sociales, en todas las áreas, en todas las esferas de la sociedad. El potencial destructivo de esta arma no está dejando áreas sin afectación: La política, la ciencia, la religión, la historia; todo. Nos estamos autodestruyendo.
La Solución
Las redes sociales no parecen pasar de moda. De hecho, cada día toman más fuerza y el internet ya está al alcance de prácticamente casi toda la humanidad. Informarse, recrearse o cualquier cosa que pueda ofrecer el internet y en especial las redes sociales, está lejos de desaparecer. Cómicamente y en sentido figurado, me atrevería a decir que primero nos autodestruiremos como humanidad antes de que esta arma pierda su vigor. Así que no podemos negarnos a la realidad de la existencia de estas herramientas, pero tampoco podemos negarnos a la realidad de nuestro corazón.
El corazón del hombre es maligno, perverso, vil, cruel y, gracias a la lengua, deja un rastro de destrucción sin límite. Ante esta realidad, las redes sociales no son el problema en sí; es nuestro corazón siniestro lo que le está dando vida a un monstruo aniquilador. Es más, si de pronto las redes sociales dejaran de existir, el hombre seguiría con su potencial de autodestrucción activo porque su corazón malo sigue igual. Podríamos dejar de acercarnos a las redes sociales para no participar de su cadena de muerte, pero nuestro corazón sigue allí, constantemente procesando maldad y consumándola por otros medios.
¿Cuál es entonces la real y definitiva solución? Jesucristo. El nombre de Jesucristo ya crea escozor en el hombre porque lo odiamos. Nuestra naturaleza pecaminosa genera irritabilidad hacia Dios. Aborrecemos a Dios, y por lo tanto odiamos a los hombres. De hecho, muchos leerán este artículo y demostrarán cuánto odian a Dios y a los hombres porque ven en este argumento una oportunidad de engaño a otros y sacarán a la luz todo su potencial destructivo al escribir críticas y opiniones contrarias. Pero como cristianos no podemos dejar de escribir y proclamar que Jesucristo es todo lo que necesitamos. Él es el único que puede transformar nuestro corazón y convertirlo de una granada de fragmentación a un lugar donde habite la verdad y la vida. Jesucristo hizo que el potencial destructivo de nuestro corazón fuera aplacado y en vez de ser un objeto aniquilador, nuestros pecados fueran borrados en Su sangre y así ver cambiados nuestros afectos para que ahora amemos a Dios y a quien ha creado a Su imagen. Cristo es la mejor y más eficaz defensa ante la perversión de nuestro corazón. No intentemos decir cosas bonitas en redes sociales; no intentemos no escribir por estos medios para no ofender a nadie; no intentemos dejar a un lado nuestras computadoras por vernos tentados siquiera a participar en la internet. Antes bien, dejemos que Cristo nos salve de nuestro aterrador corazón para que aún nuestros pensamientos se vean transformados conforme a Su mente y aún nuestra lengua y escritos se vean afectados para la Gloria de Dios y la gracia de quienes nos escuchan y nos leen.
“2Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; 3orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso, 4para que lo manifieste como debo hablar. 5Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo. 6Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.” (Colosenses 4:2-6).